Disciplina con amor, generando verdadera libertad
La humanidad continuará a estar constituida por mucha gente que habla de libertad pero por pocos hombres libres. Si el fin de la educación es la liberación como reconstrucción, el medio no puede ser diferente del resultado. La libertad no es la verdadera finalidad de la educación, sino la creación de niños que serán adultos menos infelices capaces de cambiar el mundo. La finalidad es cósmica, la libertad es el medio para llegar a obtener ese resultado.
La libertad no coincide con la ausencia de lazos, equivocadamente se piensa que los vínculos nos unen a las cosas que amamos más y por lo tanto, limitan nuestra libertad. Amamos más las cosas que nos cuestan un sacrificio y nos sacrificamos por aquello que amamos. Son justamente esos sacrificios, esos lazos, esos límites, lo que nos hacen apreciarlos más. Es por eso que la libertad de elección del niño necesita un ambiente preparado según la edad, para poder encontrar oportunidades de elección de acciones que lleven a un aprendizaje. Un ambiente en el que se encuentran los demás, los maestros que representan los vínculos y las posibilidades de ser libre.
La libertad del niño debe tener como límite el interés colectivo y como forma aquello que llamamos educación de los buenos modales. Los buenos modales no están contra la libertad. La libre exploración de los materiales variados no tiene por qué causar molestia a los demás, y mucho menos a aquellos que los usan, este tipo de costumbres no se opone a la creatividad. La creatividad infinita del lenguaje es posible porque existe un código de reglas precisas, la libertad existe porque tiene vínculos previamente elegidos y por lo tanto, aceptados. Es por eso que la libertad educativa bien entendida no produce el caos sino la concentración, el trabajo no produce anarquía sino disciplina y como se verá más adelante, la obediencia. En los inicios parecía imposible que un grupo numeroso de niños pudieran estar trabajando sin la guía de una maestra, sobre todo si se trataba de niños entre los 3 y 6 años.
Para obtener la disciplina, la pedagogía Montessori da libertad. La disciplina inicia con la concentración en un trabajo correspondiente a una sensibilidad espiritual. El mismo instinto que lleva a los niños a defender enérgicamente su secreta espiritualidad, su misteriosa obediencia a la voz que los guía y que cada uno de ellos pareciera escuchar dentro de ellos mismos, esa fuerza que los lleva a someterse a la autoridad exterior como para estar seguros de seguir el camino correcto.
Concentrado en su trabajo, el niño pide a la maestra la aceptación que con toda seguridad no buscará más adelante. Cada vez más concentrados y sociables, los niños se tornan más disciplinados y obedientes, pero también es el momento en el que el niño no tiene ya la necesidad de la autoridad externa, puesto que la disciplina emerge espontáneamente dentro de él. Es este el período en el que se establece la disciplina, una forma de paz activa de obediencia y de amor en los que el trabajo se perfecciona y multiplica. Nadie le dice al niño qué cosa debe hacer en cada momento. La libre elección del trabajo lleva intacta en sí misma su carga de provocación.
La disciplina de la libertad es la disciplina espontánea que se realiza como fruto de la libertad.
“El niño padre del hombre” Raniero Regni.
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