Cómo enseñarle a tu hijo a tomar control de su ira

A lo largo de estos años de convivencia con niños de diferente personalidades y temperamentos, he podido observar la evolución y desarrollo de sus evoluciones y la transformación de modelos negativos de comportamiento a conductas que les ayudan a tener una convivencia más cordial con sus compañeros. Todo como parte del proceso natural del desarrollo humano. Uno de los principales factores que desencadena conflictos es la frustración que se convierte en enojo.

Pensaba en eso mientras me dirigía a recoger a mi querido adolescente a la secundaria y lo primero que me dijo al entrar en el auto fue: “Mamá, tengo una gran vida”. Eso me hizo reflexionar aún más sobre las suituaciones que me tocan vivir con los más pequeños y me hizo recordar sus momentos de ira y frustración y la manera en la que la manifestación de sus sentimientos ha ido cambiando. No es que no tenga momentos de enojo ¡es un adolescente! Pero su percepción ante las situaciones de conflicto es cada vez más inteligente: está madurando.

Todos vivimos el reto de combatir nuestro enojo todos los días, en todo momento, desde que despertamos hasta que nos dormimos. El ser humano debe estar consciente de sus actos precisamente porque tiene que luchar contra el enojo, aceptar situaciones que no le gustan y tratar de adaptarse a las circunstancias y encontrar soluciones que le lleve a un punto “estable”.

Sí, admitámoslo, así es: las situaciones de enojo e ira son comunes y completamente normales y naturales en los seres humanos, y por supuesto entre los niños. Ellos están aprendiendo a manejar sus sentimientos, a controlar sus emociones, a conocer sus instintos y poco a poco tomar consciencia de sus actos. Es lo que María Montessori llama “normalización”. El niño, en la construcción del Hombre está siendo en su hacer, está construyendo su personalidad.

Es por eso que nosotros, como adultos guardianes, guías de su desarrollo, debemos estar muy pendientes de las manifestaciones que tienen los pequeños para poder preparar situaciones que les ayuden a encontrar respuestas positivas, a confrontarse y encontrarse, pues es precisamente lo que están tratando de hacer: entenderse a sí mismos para poder manifestarse.

¿Qué es el enojo? Pues tan simple como complejo: una emoción que con frecuencia se hace presente en nuestro diario vivir. Es una emoción básica que sentimos todos. Es normal y suele ser saludable. Sin embargo, cuando se pierde el control, el enojo se torna destructivo. A los niños puede traerles problemas con su familia, sus compañeros y su rendimiento escolar; pero sobre todo, genera un sentimiento de culpa y falta de aceptación y amor hacia él mismo. Un niño que no sabe cómo manejar sus momentos de ira se convierte en un niño triste, un niño de conducta negativa y será, con el tiempo, un adulto con profundos problemas sociales y conflictos internos. Al igual que sucede con otras emociones, el enojo suele ocasionar alteraciones fisiológicas. Basta poner la mano en la muñeca de un niño enojado para notar que su frecuencia cardíaca y la presión arterial han aumentado. Su cara se enrojece y sus ojos se abren por un instinto de alerta.

El enojo puede deberse tanto a hechos internos como externos. Si un trabajo le ha salido mal, es un impulso interno, se siente enojado consigo mismo. Si se siente agredido por algún compañero, entonces el enojo proviene de un hecho externo. Por instinto, el enojo se manifiesta y expresa a través de la agresión. Es en este punto en el que se debe trabajar para transformar el instinto en reflexión.

La reflexión es simple: la violencia acarrea problemas sociales, dificultades con la familia, intolerancia de los compañeros, problemas con la justicia y un daño físico y emocional. Pero eso no lo entienden los niños, entonces, ahí estamos los adultos responsables para ayudarles a conocer cómo controlar su ira de manera saludable.

El enojo se manifiesta de diferentes formas según las edades. En la primera infancia, los niños comienzan a adquirir la capacidad de reprimir los impulsos de agresión física. Es muy común ver que los infantes empujan golpean, pellizcan, y hasta muerden a sus compañeros. También es muy frecuente que se griten unos a otros cuando se enfadan, como si fueran animalitos.

Conforme van creciendo, las manifestaciones van cambiando. Los niños en edad preescolar son capaces de identificar los estados emocionales básicos a través del uso del lenguaje: estoy enojado, estoy feliz, estoy triste. Sin embargo, recurren a conductas violentas pues están aprendiendo a manejar el lenguaje y a usarlo en lugar de la violencia física: arrojar un juguete, jalar a un compañero o incluso golpear a sus padres.

Hablar con los niños les da la posibilidad de entender situaciones y comprender la relación de éstas con los sentimientos que se generan en su interior. El diálogo y la reflexión les dan habilidades lingüísticas que desarrollan la empatía.

Promover el diálogo es, por lo tanto, la herramienta más importante que debemos dar a los niños para solucionar sus problemas. Eso será de gran ayuda para la construcción de una personalidad afianzada en la inteligencia emocional que les empodera para modular y moderar sus emociones y sentimientos. Pensemos que en la adolescencia los niños enfrentarán situaciones en las que los cambios hormonales jugarán un papel muy importante y los agentes agresores externos serán mucho mayores; las exigencias sociales causarán presiones que les llevarán a niveles de enojo e ira mucho más difíciles de controlar y, contrario a lo que sucede con los niños, las oportunidades de apertura al diálogo con el adulto serán cada vez menores, por no decir nulas.

Lo que se sembró en la personalidad del niño durante los primeros años de vida, dará fruto en esos años en los que no estará dispuesto a recibir la ayuda de los adultos. Serán esas herramientas que recibió de niño las que le ayudarán a desarrollar y hacer uso de la inteligencia emocional.

Pero, admitámoslo. No todos los niños son iguales. Definitivamente, existen seres humanos con una actividad emocional mucho más compleja. Si a eso le agregamos las circunstancias de vida en que se desarrollan esas criaturas (estrés y mal caracter por parte de los padres, conflictos familiares, exposición a películas, programas relevisivos y videojuegos violentos, largos períodos de soledad en casa, etc.) Es entonces que necesitamos la ayuda de un profesional.

Si bien es cierto que la mayoría de los niños aprenden a controlar su enojo y adquieren habilidades afectivas para manejar la ira, algunos pequeños tienen dificultades para aprender a calmarse cuando su molestia se va transformando en disgusto hasta llegar a la furia. Es entonces que un profesional en salud mental-emocional debe intervenir para evitar que el pequeño pueda lastimarse o lastimar a otros física y emocionalmente. Sólo un profesional puede evaluar las causas y los factores subyacentes que activan enojo y frustración, cuando van más allá de lo que se puede ver.

Debemos dar un ejemplo del manejo consciente y reflexivo del enojo. Somos nosotros, con nuestras conductas, quienes mostramos, movimiento tras movimiento, la forma en la que el niño se debería comportar en las diferentes circunstancias que se presentan a diario. Somos nosotros quienes damos el ejemplo de “autoregulación” de las emociones. Nuestro rostro dice mucho más que nuestras palabras. Sonreír y manifestar alegría pero también reconocer nuestras tristezas y aceptar nuestros momentos de molestia, manifestando nuestra necesidad de privacidad, soledad y silencio.

  1. En el momento de tensión… Siete puntos a observar:
    I.Respira profundamente e invita al niño a seguir tu rimo. Pausado, controlado, sintiendo la libertad de aire que entra y sale del cuerpo. Entra tranquilidad, sale la ira. Puedes ponerle colores al viento: “Respiramos aire azul, tranquilo como el cielo de la mañana. Ahora dejamos salir el aire gris como el de las nubes de tormenta.”
  2. Infórmate de lo sucedido. Estar tan molesto por el hecho de enfrentar un problema que no conoces no te ayudará a encontrar la solución. Si el niño siente impotencia ante el aislamiento psicológico que le causa enfrentar al adulto, su ira aumentará en lugar de disminuir. Pregúntale qué pasó luego de tranquilizarlo (no mientras está en el climax de su enojo) y qué fue aquello que lo hizo estar molesto. Ayúdalo a identificar y etiquetar las emociones que siente y las que sienten quienes hayan estado involucrados en el problema. Mantener un diálogo constante, amistoso y cotidiano te ayudará a conocer el entorno en el que se desenvuelve tu hijo, visto desde sus propios ojos.
  3. Ayúdalo a canalizar la energía que genera la ira. Correr, darse un momento de soledad, aislarse para poder gritar, son formas de transformar la ira en acción y después el cansancio en reflexión. Se vale llorar. Las lágrimas limpian el corazón. Proporciónale espacios y tiempos adecuados para realizar deportes y actividades físicas que muevan toda la energía que tiene.
  4. Utilizar las palabras para manifestar el enojo lo libera. En lugar de golpear al compañero, enséñalo a confrontarlo por medio del diálogo para defender sus derechos sin agredir.
  5. No existe la perfección. En este mundo nadie es perfecto, todos estamos aquí para buscar ser mejores personas, por eso aceptamos nuestros errores y trabajamos todo el tiempo para no volver a cometerlos. Si nos equivocamos, aceptamos y corregimos, sin avergonzarnos, pues todos estamos en este mundo para aprender.
  6. Reglas son reglas. Los límites no se rompen. Si eres consistente y persistente, tu hijo se verá favorecido pues todo será predecible, sabrá cómo actuar ante situaciones que ya se han presentado y podrá prever las consecuencias. Las cosas no son como él desea que sean, las cosas son como deben ser.
  7. Empatía. Sí. Gran palabra. Muéstrale que también tú has tenido momentos de ira. Hazle sentir que sabes lo que está pasando por su mente y su corazón. Platica con él sobre la forma en la que has logrado salir de esos problemas. Abre tu corazón para que aprenda del ejemplo de amor que puedes ofrecerle.

Ámate y obsérvate constantemente. Eres el ejemplo viviente para la creatura que crece a tu lado. Todos los días nos enfrentamos ante situaciones de conflicto. Seamos ejemplos vivientes de inteligencia emocional.