Playa del Carmen

EL AMOR MÁS GRANDE SEPARARSE Y DEJAR IR

MARY ZEMAN
DE LA COLECCIÓN “PATERNIDAD DEL NUEVO MUNDO”

Comenzar un nuevo año escolar es siempre un evento complejo para las familias Montessori. Enfrentarse al ritmo de las rutinas diarias, para adaptarse a una serie de nuevos conceptos, nuevas relaciones, los horarios y las expectativas, puede ser un giro dramático para toda la familia. Seguramente para la mayoría de las familias está, a la cabeza de la lista la separación de los hijos. Durante la “Semana de Orientación” para los nuevos padres, por lo general presento el concepto del secreto de la infancia de Montessori. Sin duda, podríamos comenzar por admitir este principio: el trabajo del niño es la tarea de auto-construcción; es un proceso que requiere una cierta intimidad y distancia de la que deben estar conscientes sus padres.

En sus escritos sobre el secreto de la infancia, Montessori transforma el sentido de la tan celebrada palabra “secreto”, algo que puede ser disimulado o encubierto y que se manifiesta como un valioso componente del desarrollo humano. Quienes hemos elegido el enfoque Montessori a la educación, entendemos la importancia de la independencia y la autonomía del niño.

Es simple: un niño no puede ser autónomo si no es apoyado por ese proceso “secreto”. Es decir, lo que ocurre fuera de nosotros. Y eso requiere dejarlo ir.

Sucede en nuestra escuela todos los días. La despedida en la puerta se da en cientos de formas. A veces hay tanta gracia y facilidad, y a veces menos. De cualquier manera, no debería haber drama. Me atrevería a decir que una vez que hemos dicho adiós, debemos volvernos y continuar nuestro camino. Pero, porque nos gusta ver, nos encanta saber lo que están haciendo, lo que eligen, lo que saben, cómo están, este sentimiento no desaparece y volteamos y permanecemos en la puerta.

Viví una experiencia similar en un partido de fútbol el pasado otoño. Allí, en las gradas, el nuevo lente de mi cámara de 400 milímetros me daba la oportunidad de seguir los movimientos ágiles del equipo de alto rendimiento de nuestra escuela secundaria en el campo. A través del dispositivo de poderoso aumento apenas perdí un movimiento.

Y entonces vinieron a mi mente ecos de los discursos que doy a los padres a lo largo de la semana de orientación en la escuela. “Ellos los van a abandonar. Deben hacerlo”. Y me eché a reír. Es una simple pero fuerte necesidad la que sentimos de dar un vistazo más a través de la puerta, desear entrar al aula, observar a nuestros hijos a medida que crecen y todo esto se vuelve cada vez más complejo. La metáfora es perfecta: ¿Qué haces cada vez que notas que mientras más crecen, más lejos se van? Fácil, ¡te consigues un lente más grande y más potente!

¡O tal vez no! Y ahí está el arte de la crianza de los hijos. Para saber cuándo hay que cerrar el lente y dejar pasar el momento. Cuándo pedir directamente, cuándo mimar o intervenir y cuándo guardar silencio, o simplemente dar un paso atrás y desaparecer. Para darles a nuestros hijos la gracia de realizar un mejor y más auténtico desarrollo, debemos permitirles el espacio para crecer y ese debe ser lejos de nosotros.

Hace poco escuché en la radio una historia muy inquietante sobre la violencia de pandillas adolescentes. “¿Qué podrían haber estado pensando?”, preguntó un adulto, como respuesta obtuvo: “O, ¿acaso estaban pensando?” Nuestras noticias están llenas de los peligros de nuestro tiempo: los adolescentes frente a la creciente exposición a la violencia y un mar de tentaciones mundanas con recompensas de corta duración. Oramos por sabiduría para guiarlos y al mismo tiempo estamos bien conscientes de nuestras limitaciones.

Todo se reduce a esto: depende de ellos. Al igual que en un ambiente Montessori no se consigue la máxima seguridad y responsabilidad cuando se les da a los pequeños una vajilla irrompible o utensilios de juguete para la preparación de alimentos. Los niños crecen más seguros y se vuelven más competentes cuando se les dice que llevan un cántaro con agua y se puede romper, que deben ir con cuidado, ya que puede ser una cosa de peligro. Los niños son muy receptivos y en cada ocasión están creciendo y aprendiendo. Debemos estar conscientes de la importancia del papel del adulto, debemos entender que el llamado de Montessori de “seguir al niño” es una danza afinada. A medida que nuestros niños responden a sus propias directrices internas, debemos ser responsables y responderlos manteniendo nuestra promesa de reunirnos con ellos en el camino. Como E. M. Standing dice, “Incansablemente, con irresistible alegría, el niño está trabajando para crear al adulto”.

Se cuenta una historia acerca de un niño pequeño y su padre. Mientras el pequeño estaba en la etapa de aprender a ir al baño solo, el padre había creado un simple ritual, un gesto que le permitía un tiempo de intimidad en el baño. Después de que el niño se acomodaba en la taza, el padre salía de la habitación por un minuto o dos, y esperar detrás de la puerta. Una vez, después de cerrar suavemente la puerta, sin querer, volteó hacia abajo el interruptor de la luz en el pasillo, dejando el cuarto en completa oscuridad. Esperando fuera, se dio cuenta de lo que había hecho cuando oyó la voz suave de este niño desde el interior: “¿A dónde fui?”, dijo.

Notemos que no dijo: “¡Hey! ¿Quién apagó las luces?”, Sino en la honestidad inimitable del niño, miró primero a sí mismo, para ver si aún seguía en el mismo lugar.

Tomemos esta historia como símbolo para recordar la teoría Montessori. La Dra. Montessori nos enseña que la tarea más grande en los primeros seis años de vida es la construcción del yo, la auto-construcción. No tú, como yo necesito que seas, sino tú como tu mejor tú. Esta es la razón por las cual las lecciones, presentaciones y trabajo de los primeros años de la escuela Montessori están dirigidas a los niños individualmente, uno a uno. Montessori nos enseña a honrar la sagrada tarea de desarrollar el carácter de cada uno de los niños y la conciencia de sí mismo. Una tarde, dos de los estudiantes de primaria me invitaron a ir rápidamente a la sala de clase para presenciar un descubrimiento que habían hecho. Su ensoñación y entusiasmo comenzaron antes de cruzar el umbral de la puerta de la clase, entonces dijeron: “Primero estuvimos trabajando con el material de medición de volumen, y nos dimos cuenta de que el cubo de tres nos recordó al cubo de la torre rosa que solía utilizar en la enseñanza primaria. Decidimos ir a pedir prestada una torre rosa a Casa de Niños y traerla de vuelta aquí. Apilamos la torre rosa al lado del material de medición de volumen y nos pareció que era idéntico… todos, excepto el décimo, el último, el que se pone hasta arriba. Quitamos ese décimo cubo y entonces nos dimos cuenta de que son idénticos sin él. Entonces nos dimos cuenta de que es porque no se puede elevar al cube con dos dígitos. Así que, por supuesto, es por eso que el cubo diez no encajaba”.

Esta historia es un ejemplo cotidiano de la educación que da el trabajo Montessori. El proceso simbólico y el proceso práctico son aspectos interdependientes de la educación para la vida. Tener un concepto en la cabeza es una cosa. Imaginarlo y a continuación ponerlo en práctica, da un empoderamiento aún mayor de lo que se ha aprendido y permite incluso una mayor autoridad. Lo que se aprende de esta manera se convierte en propiedad personal de una manera única. Es por esto en ambiente Montessori no hay ningún propósito más alto que ese descubrimiento. A medida que estos estudiantes hicieron su descubrimiento, llegaron al punto de partida. Al llegar al final de su material Montessori, se encontraron con que debían volver al inicio para validar el conjunto de su hallazgo.

Nuestros días no se viven de forma aislada. No sólo en la educación, sino en la relación con los demás, en la familia y en la vida que compartimos con nuestros compañeros y amigos. Siempre y cuando seamos fieles a los objetivos de nuestro más alto propósito, vamos a descubrir continuamente que una pieza encaja con otra, y que el principio y el final tienen siempre una relación.

Recientemente, cuando enviamos a nuestro hijo a la universidad en tren, tuve la idea de poner un centavo sobre la vía. Después de esas despedidas largas y del último abrazo dulce, continuamos despidiéndonos con la mano hasta que nos perdimos de vista. Cuando partió el tren pasando sobre la moneda, voló fuera de la vía, cayendo en la oscuridad, a pocos metros de distancia. El tren la había aplastado y convertido en una brillante hoja de papel fino de cobre. Mientras frotaba el pulgar sobre la superficie, descubrí un solo vestigio de su estado original de moneda. La mayor parte de la palabra libertad todavía permanecía intacta a través de uno de sus bordes.

A veces los mensajes que recibimos son sutiles. A veces son ineludibles. Este era un mensaje que yo necesitaba oír de nuevo: Decir adiós. Estoy diciendo adiós, estoy dejando ir y eso significa que estoy dando libertad física y psíquica.

Montessori nos llama a la tarea más difícil cuando como padres nos ordena “seguir al niño”. Seguir no significa estar sobre de él, sino algo mucho más difícil de realizar. Cuando verdaderamente honramos el crecimiento de nuestros hijos, también honramos a las etapas crecientes de liberarlos como seres independientes y honorables, y finalmente, totalmente apartados de nosotros. Es un proceso de toda la vida que comienza con el misterio de la vida misma. Al igual que ocurre en el proceso del útero en donde no podemos verlo, el crecimiento psíquico de la vida humana en ocasiones tiene su autonomía comparable. Cuando nos abstenemos de preguntar a nuestro hijo cada pensamiento que les pasa por la mente y les damos espacio para encontrar su camino; que sean ellos mismos quienes se autoevalúen. Que tengan la oportunidad de informarnos sobre las noticias del día sin que nosotros se las preguntemos, sin que demos el primer paso. En nuestra urgencia de saber, queremos preguntar y preguntar, o darnos vuelta a la esquina y espiamos la clase y tratamos de atraparlos desprevenidos. La libertad ganada realmente no tiene cuerdas. Seguir al niño significa dejarlo ir poco a poco y tener el valor de permitirle probar su mundo, centímetro a centímetro… lejos de nosotros.

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