CRIANDO A NIÑOS GENEROSOS
JENNIFER ROGERS
DE LA COLECCIÓN “PATERNIDAD DEL NUEVO MUNDO”
Criar a los hijos para que lleven a cabo su vida de acuerdo a una norma moral o ética nunca ha sido fácil. Aun hoy en día, tanto padres como maestros, incluyendo aquellos que disfrutan de las delicias del contacto con los niños, se preguntan si falta algo en el trabajo con la infancia porque queda siempre la desorientadora sospecha de que las labores diarias son más difíciles que en os tiempos de nuestros abuelos.
La mayoría de los niños llegan al primer día de clases con interés y curiosidad. La inteligencia de los niños y la fuerza de la mente absorbente ciertamente no han disminuido desde los tiempos en que María Montessori llevó a cabo sus primeras observaciones. Los niños todavía se adaptan al ambiente que los rodea; todavía notamos que los niños pasan por fases relativamente predecibles en su desarrollo.
Rasgos como la empatía y la generosidad son, sin embargo, cada vez más raros. En nuestra cultura cada vez más caracterizada por la independencia, el logro y la competencia con miras a ganar siempre, con frecuencia nos viene la duda si esas características (empatía y generosidad) están pasadas de moda, o peor aún, si se han convertido en algo dañino. ¿Cómo puede un niño que con el tiempo debe competir con sus compañeros también actuar con compasión?
María Montessori logró su primer éxito trabajando con niños que no se habían encontrado con la televisión, los juegos de video ni los medios de comunicación comerciales. Algunos eran deficientes mentales, la mayoría vivía en la pobreza y todos estaban tristemente descuidados y luchaban para sobrevivir en ambientes peligrosos. El contraste entre los primeros alumnos de Montessori y los que encontramos hoy son evidentes. Las similitudes son sutiles, pero penetrante y profundamente desalentadoras.
La nuestra es una pobreza generada por la riqueza. La mayoría de los niños en las aulas Montessori disfrutan de los privilegios de la atención sanitaria moderna y una vivienda adecuada. Sus mentes absorbentes están seriamente comprometidas por los entornos virtuales ofrecidas por las fuentes de los medios de comunicación contemporáneos. Aunque los edificios y casas en los que habitan son generalmente más limpios y más seguros, la vida espiritual, fisiológica e intelectual hoy en día está siendo tan amenazada o más de cuanto lo fue en los inicios Montessori (durante la II Guerra Mundial).
Así como los primeros estudiantes de la Casa de los Niños, muchos de nuestros niños llegan a los ambientes Montessori físicamente y espiritualmente débiles. Un niño que nunca ha levantado nada más pesado que un control de televisión, no puede sostener un lápiz. Los niños cuya principal relación es la televisión, nunca han experimentado la empatía. Los niños rodeados de entretenimiento electrónico, nunca podrán presenciar la caridad. Ni el crecimiento físico ni el espiritual puede ser experiencias virtuales.
La amistad y la empatía
“El niño es un embrión espiritual que necesita de su propio ambiente especial. De la mima forma en la que el embrión físico necesita el vientre de su madre, en el que crecer rodeado de todo lo necesario, el embrión espiritual necesita ser protegido por un entorno externo que sea cálido, con amor y rico en nutrientes, donde todo esté dispuesto para darle la bienvenida y nada para perjudicarlo.” (El secreto de la infancia).
Cuando un niño entra en una comunidad Montessori, muy probablemente será recibido en la puerta con el apretón de mano cálida y acogedora y la sonrisa de su maestro. Muchos profesores consideran que este es uno de los actos más importantes del día. Nos miramos a los ojos, llamamos a los niños por su nombre, compartimos expresiones de alegría, escuchamos noticias de casa y nos aseguramos de que todos los niños comienzan su día con la sensación de que son miembros importantes de su comunidad.
Muchos maestros Montessori ayudan a los niños más pequeños formulándoles una sencilla pregunta: “¿Cómo puedes ayudar a tu comunidad?” O “¿Sientes que alguien necesita de tu ayuda esta mañana?”. Un niño menor de dos años de edad puede descubrir que una planta necesita ser regada, un estante que debe sacudirse, o un amigo que necesita ayuda con una cremallera o botones. Ha comenzado su día observando el entorno en busca de las necesidades que pudieran existir en su comunidad, en el supuesto de que hay muchas maneras en las que él puede ayudar. En el libro El altruismo y la empatía en la vida cotidiana, el psicólogo Alfie Kohn escribe que los ambientes que promueven un entorno ético y cuidadoso, están fomentando una auto imagen pro social. “Todos aprendemos más en la interacción personal, que escuchando o recibiendo lecciones de un maestro, es más una cuestión de sentido común”.
A partir de sus observaciones y el desarrollo de la actividad, el niño absorbe el orden, la belleza y el amor invertido en su medio ambiente.
“El niño encarna el medio ambiente en los hallazgos que hace en torno a sí mismo” (La formación del hombre). Los niños pequeños son mucho menos propensos a recibir inspiración de las palabras de su maestro en comparación con lo que proviene del trabajo concentrado utilizando las manos en actividades propuestas en un ambiente creado especialmente para satisfacer sus necesidades, en el que pueda tener una interacción directa con otros. “El niño debe hacer frente a la orden superior del espíritu a través de cosas concretas”. (Educación y Paz)
Los niños en ambientes Montessori se conectan rápidamente con el trabajo concreto de sus manos a sus manos, en una relación directa con sus compañeros. “Cuando el trabajo se inicia en un determinado medio ambiente, la asociación con nuestros semejantes también comienza, pues nadie puede trabajar solo”. (Educación y Paz). A través de las actividades diarias realizadas en sus comunidades, los niños comienzan a formar y fortalecer tanto su inteligencia como sus primeras amistades.
A través de sus desacuerdos y frustraciones, los niños aprenden a pensar con empatía y a entender que las relaciones son recíprocas. Los maestros Montessori hacen preguntas sencillas pero muy valiosas, como por ejemplo: “¿Cuál es el problema?” O “¿Qué pasó?”, pero además hacen énfasis en la reflexión: “¿Cómo te hace sentir eso?”, y lo más importante: “¿Cómo crees que tu amigo se siente en este momento?”
A medida que los niños trabajan juntos para mantener la belleza y el orden, aprenden a considerar las limitaciones y los sentimientos de los demás. Mientras que ellos a menudo necesitan y agradecen el apoyo suave del adulto, no esperan que la alabanza o recompensa por su trabajo pueda llegar de sus compañeros, lo que hace que nazca un placer particular en su experiencia compartida. Ellos entienden que ellos son importantes y que las contribuciones de todas las personas son valiosas. Al actuar con otros para el mejoramiento de sus entornos compartidos, cada niño construye su confianza, se deleita en la amistad y descubre la alegría de dar sin esperar recompensa. “Lo que creemos que es verdad sobre nosotros mismos y los demás, afecta la forma en la que nos comportamos, que a su vez, afecta a nuestras suposiciones acerca de la naturaleza humana”. (Alife Kohn, El lado más brillante de la naturaleza humana; el altruismo y la empatía en la vida cotidiana)
Comunidad y Generosidad
“El objetivo de tal educación, indica el deseo de contribuir al bien de todos para compartir en esta bondad cósmica y para ofrecer a Dios el servicio obediente que nos une con él, en la obra de su creación”. (Educación y Paz)
La generosidad es, finalmente, una consecuencia de las personas inteligentes que se convierten en niños. En las mejores circunstancias, donde el trabajo de la casa y de la comunidad escolar de un niño se realiza en estrecha colaboración, la generosidad se convierte en una perspectiva ética inconsciente. No es un conjunto de principios dictados, sino un producto de la vida de un niño simple, tal y como la experimenta, una actitud que absorbe del trabajo en una comunidad que se transforma en su amada familia, sus amigos.
Un niño de seis años de edad en la comunidad de primaria Montessori, se da cuenta de que un niño más pequeño está luchando por limpiar un caballete y, sin preguntar, dejar su trabajo para ayudar. Sus movimientos son cautos y tranquilos, sus palabras sencillas y alentadoras. Cuando termina la tarea que se ha fijado para sí mismo, el caballete está limpio, Es fácil imaginar que el niño se deleitaba en la interacción. Él no pide ni necesita agradecimiento o alabanza, pero su gran placer se muestra claro en su expresión. Vuelve a su propio trabajo en concentración con la alegría y la confianza de que es capaz de identificar y satisfacer las necesidades de otro.
Una mañana de esta primavera observé a un grupo de niños que se reunían para salir al aire libre y disfrutar de un día glorioso. Uno de los niños quedó rezagado pues estaba realizando un trabajo en su mesa. El desaliento obviaba en su rostro. Al darse cuenta de la frustración de su amigo, un niño se alejó del grupo y se ofreció a ayudarlo. Vi como estos dos niños pequeños se sentaron juntos en una mesa y empezaron a hablar con seriedad. Juntos trabajaron para terminar de leer las palabras que se habían convertido en un obstáculo para el más pequeño, tan absortos estaban en sus esfuerzos, que no se dieron cuenta cuando sus compañeros procedieron con el paseo al aire libre.
La generosidad en una comunidad Montessori no suele ser un atributo de un niño o en otro, sino en la conexión que existe entre los niños. Ellos experimentan cómo la alegría de la amistad y la belleza de la comunidad florecen al actuar con empatía, a menudo sin pensar en ninguno de ellos ni en sus compañeros, sino en la importancia primordial de la amistad. Ellos actúan con generosidad ya que se deleitan en la oportunidad de dar algo de sí mismos a la comunidad que los sigue inspirando.