Infancia y sociedad, el placer de la convivencia

De acuerdo con Montessori, en la educación infantil reside el secreto para resolver los problemas de la convivencia entre los hombres. Esos problemas políticos que se presentan, anudados a los de la búsqueda de frentes de energía, como problemas de época pueden comenzar a encontrar una solución en la relación humana mínima de una pequeña sociedad de niños. En Montessori resuena la misma preocupación de un maestro de etología: “la necesidad de comprendernos a nosotros mismos nunca ha sido tan imperiosa como hoy, porque una humanidad dividida por los conflictos ideológicos y en lucha por la sobrevivencia. El hombre, creatura que está en grado de mandar sondas a
Marte y Venus y de transmitir desde el cosmos imágenes de Saturno y Júpiter, es impotente frente a sus propios problemas sociales… Siempre tratando de alcanzar la paz y siempre enredado en conflictos, mientras que el control de la población parece resbalársele de las manos”.

 

Las relaciones humanas, aquellas que abstractamente y teóricamente son llamadas relaciones yo-los otros, se caracterizan por la ambivalencia “Ne tecum ne sine e vivere possumus”: el epigrama de Marziale nos da muy bien la idea de contrariedad de la relación del hombre con el hombre. El hombre tiene la necesidad de otro hombre, pero corre siempre riesgos, es un reto, en cada caso representa siempre un problema. Vale para las relaciones humanas, la anécdota que cuenta Schopenahuer sobre dos puercoespines: sorprendidos por el frío del invierno los dos animalitos se refugiaron juntos en una madriguera, pero… si estaban muy juntos se picaban y si estaban lejos porían de frío; el conflicto de la vecindad y la soledad y lejanía. Y, sin embargo, el hombre posee códigos de comunicación analógica, ya sea de comunicación numérica, otros de comunicación verbal o no verbal; es más, ¡es el inico organismo conocido que use módulos de comunicación analógica o numérica! Es como dicta el primer axioma de la pragmática de la comunicación humana: “no se puede no comunicar”. Entonces, la relación puede favorecer a estos potentes módulos comunicativos. Pero ¿por qué es tan fácil comunicar y es tan difícil comprender? Esto puede suceder porque existe en la comunicación humana un elemento perenne de inquietud que hace de la comunicación un evento altamente improbable. En el paraíso del entendimiento, sostiene N. Luhmann, se anida siempre la serpiente del desconocimiento y la frialdad. Ya Hegel había sostenido que es difícil tener algo en común en la cuarta interiorización de la consciencia, eso expone a la paradoja que la sinceridad puede ser incomunicable, porque en el momento en que se convierte en pragmática, viene planeada y pierde parte de la inmediatez necesaria para la sinceridad.

Partimos de la presunción de ser comprendidos más de lo que en verdad somos. En realidad nunca estamos verdaderamente seguros de que aquello que queríamos comunicar fue interpretado y recibido correctamente en su
totalidad. Es por ello que la comunicación oscila entre la necesidad que tenemos del otro, porque no hay un YO sin un TÚ, lo que lleva a la conclusión de que la experiencia no es un hecho solitario; se queda como un enigma, un reto, un riesgo, un problema, porque, como ser humano, no se es jamás banal.

Encontrar a otro quiere decir poder despertar del enigma. Esto se debe al hecho de que en el centro de cada persona hay un elemento no comunicado, constantemente desconocido, inviolable Por esta razón, en parte, cada hombre
permanece como un extraño para sí mismo, es este el silencio central que nace justamente de la posibilidad de comunicación.   Tal vez aquello que queda por hacer es una infinita aproximación, un continuo ejercicio de descubrimiento del otro y de uno mismo.

Texto:  Raniero Regni Infancia y sociedad en María Montessori, el niño padre del hombre
Fotografías: Anne Gayley Gabbert, maestra de inglés de Otoch Paal